1/04/2024

Orejera encontrada en una tumba de Sígsig

Oro laminado, recortado, soldado y ensamblado con incrustaciones de cuentas de concha spondylus. Diámetro 6.5 cm, espesor 1.1 cm. Museo arqueológico del Banco Central del Ecuador, Quito.      

 

Con respecto a esta lámina Guillermo Segarra anota: “En agosto de 1956, la creciente del río Santa Bárbara había derrumbado la orilla derecha, en el punto de Shingate, dejando al descubierto una huaca. Durante semanas los niños Samaniego Tello y otros escolares jugaban allí a las “patillas”, haciendo rebotar en la superficie del agua unas “latitas doradas”, hasta que dos domesticas que habían bajado a lavar ropa se dieron cuenta de lo que se trataba. Entre las piezas recobradas constaban dos orejeras lenticulares de oro, repujadas con gusto exquisito, cuentas de oro y plata, globulares y tubulares, fíbulas, figuras antropomorfas y zoomorfas de oro, plata, jade, ópalo, ágata; piececitas de oro y plata constituidas por láminas rectangulares enrolladas en S y soldadas una al lado de la otra, acaso portaplumas, a las que por analogías llaman rondadores, que llevan de adorno eses de alambre del mismo metal; chaquira, etc. Una de esas orejeras se halla en el museo del Banco Central (Quito), las demás piezas fueron saqueadas de la oficina LEX de Cuenca por cacos de levita, que dijeron que “eso no ha valido sino para forrar dientes” (Según Luis Arias Cornejo)” (Segarra, 2000:94).

Un dato curiosos que no debe pasar desapercibido es el que apunta el profesor ya fallecido Carlos Zevallos Menéndez, notable arqueólogo ecuatoriano especializado en metalurgia: “Naturalmente, el origen de la técnica del trabajo de los metales preciosos, en el Ecuador, debe de encontrarse muchos años atrás, pues el hallazgo mencionado en la cultura Guangala, a orillas del pacifico, nos estaría indicando que se trata de un área periférica al verdadero centro de desarrollo, que debió de estar en la zona fluvial vecina a la cordillera austral de los Andes, región rica en lavaderos y filones auríferos, y la que, con toda seguridad, procedían los metales que sirvieron para elaborar tan delicados objetos”. (Zevallos, en Segarra, 1986:195). Estos filones y lavaderos de oro a que se refiere Zevallos –acota Segarra– son los de Sígsig (Azuay), celebres desde la gentilidad hasta el presente. Todos estos ricos y elaborados objetos de oro de las tumbas de Sígsig, Patecte y Chordeleg fueron creados con un arte rico en variantes y en técnicas que reiteran un mensaje sagrado, dándonos a entender de esta forma el aspecto notable de la cosmovisión kañari.