Por Luis F. Mora. 1926
San Bartolomé
Se encuentra al occidente del Sígsig, asentado en una pequeña meseta, entre la mitad de la altura de la cordillera, y a unos diez o catorce kilómetros de distancia de la cabecera del cantón. La extensa campiña de la parroquia no tiene parecido. Centenares de casas con sus tejados color de oro pálido, brillan al sol de la mañana. Las numerosas viviendas que se contemplan son todas parecidas. Se ven casitas de paredes limpias y parduzcas, sombreadas por dos o tres árboles de huertos completamente cultivados. Las cañas de maíz cubiertas por las hojas del fréjol, compañero inseparable de aquel se yerguen hollando la hierba que desarrollada y abundante crece a sus plantas. En uno de los extremos o en los ángulos del terreno están paciendo los animales de labranza. En otro lado el rebaño que dará lana para el vestido. También una vaca con la cría apartada de la madre. Las gallinas escarban la tierra buscando la carne para su alimento. Si véis una de estas tranquilas y dulces viviendas, ya casi no tenéis, para conocerlo todo, que mirar otras. Todas son lo mismo. Los campesinos tejen sombreros y fabrican tejas y ladrillos. Son estas sus ocupaciones especiales. Sólo siembran lo que han de consumir durante el año. Y tienen para la siembra en el huerto sus animales de labranza, y para fabricar sus vestidos, un rebaño. Vida primitiva pero fraternal: dichosa y sencilla como un himno de gracia a Dios”.
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