La UNESCO (Organización
de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) en su
32ª reunión, celebrada en París del 29 de septiembre al 17 de octubre de 2003
definió al patrimonio cultural inmaterial como: “Los usos, representaciones,
expresiones, conocimientos y técnicas –junto con los instrumentos, objetos,
artefactos y espacios culturales que le son inherentes –que las comunidades,
los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante
de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se
transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las
comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza
y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y
contribuyendo así a promover el respeto a la diversidad cultural y la creatividad
humana”.
En otras palabras se refiere a lo que llamamos cultura viva; el
patrimonio cultural inmaterial es el crisol de nuestra diversidad cultural y su
conservación una garantía de creatividad permanente. Se trata de los usos,
representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas asociados a los
instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales propios y que son
transmitidos de generación en generación, a menudo a viva voz a través de
demostraciones prácticas, en sí, está constituido, entre otros elementos, por
la poesía, los ritos, los modos de vida, la medicina tradicional, la
religiosidad popular y las tecnologías tradicionales de nuestra tierra.
Integran la cultura popular las diferentes lenguas, los modismos locales, la
música y los instrumentos musicales tradicionales, las danzas religiosas y los
bailes festivos, los trajes que identifican a cada uno de los pueblos, la
cocina, los mitos y leyendas; las adivinanzas y canciones de cuna; los cantos
de amor y villancicos; los dichos, juegos infantiles y creencias mágicas.
El depósito del patrimonio cultural inmaterial es la mente humana,
siendo el cuerpo humano el principal instrumento para su ejecución o
encarnación.
UN POCO DE HISTORIA
El uso de la toquilla como popularmente se le conoce a esta especie de
palma se puede remontar a épocas precolombinas. Varios pueblos del litoral
ecuatoriano lo emplearon quedando evidencia de su uso en culturas como
Chorrera, Jama Coaque, Bahia, Guangal, Milagro Quevedo y Manteña. El origen del
sombrero se localiza en Manabi. En 1630 el indígena Domingo Chóez conjugó esta
materia con la forma de los sombreros españoles. La actividad toquillera se
consolidó en el siglo XVII, cuando decae la producción de algodón y los
españoles empiezan a demandar el sombrero de paja como un sustitutivo mas
liviano que el de paño. Por tanto los tejedores de Montecristi y Jipijapa, se
especializaron en la elaboración del sombrero bajo el modelo europeo.
En el siglo XIX esta actividad atrajo el interés fuera de la región del
litoral, especialmente en el austro. Es así que el 17 de mayo de 1844 el
cabildo cuencano ordenó la creación del primer taller para la confección de
sombreros y la enseñanza del tejido de sombreros de paja como materia obligada.
Así se trajeron artesanos de Jipijapa para la enseñanza del sombrero.
El auge exportador de sombrero generó una etapa de bonanza económica sin
precedentes hacia 1853 se exporto desde el puerto de Guayaquil la increíble
cifra de 500.000 sombreros anuales
Un sombrero panamá o sombrero de paja-toquilla (o simplemente panamá o
jipijapa) es un tradicional sombrero con ala que se hace de las hojas trenzadas
de la palmera del sombrero de paja-toquilla (Carludovica palmata). A pesar del
nombre, los sombreros son fabricados en Ecuador, no en Panamá; su nombre viene
del hecho de que alcanzaron relevancia durante la construcción del Canal de
Panamá cuando millares de sombreros fueron exportados de Ecuador para el uso de
los trabajadores de la construcción.
Sin embargo, a finales del siglo XIX la provincia del Azuay sufre una
crisis de producción agrícola originada por la prolongada sequía e incluso,
entrando al siglo XX el Azuay, no logró evitar la carencia de alimentos, por
ende afectó no solo a la economía de Sígsig sino también a todos los demás
cantones. Para contrarrestar este problema y en gran medida para sacudir el
establecimiento de la economía regional se complementó la deficiente
agricultura con las artesanías, concretamente con el tejido de los sombreros de
paja toquilla, la misma que se venía realizando décadas atrás en menor escala y
que experimentó una expansión sin precedentes a finales del siglo XIX e inicios
del XX.
Paul Rivet nos presenta el siguiente cuadro (en revista de
Antropología Nº 1, 1991: 29) elaborado por el Gobernador de la Provincia del
Azuay en donde se hace referencia a los artesanos toquilleros en los cantones
de la provincia:
Cantón
|
Hombres
|
Mujeres
|
Total
|
Gualaceo
|
70
|
26
|
96
|
Paute
|
13
|
5
|
18
|
Cuenca y sus alrededores
|
620
|
860
|
1480
|
Sígsig
|
730
|
640
|
1370
|
Un dato curios que de acuerdo a este cuadro la mayor parte
de la fuerza obrera en el tejido de paja toquilla era masculina, en el caso de
Sígsig, representada por 730 hombres, frente a 640 mujeres.
Curioso es anotar que, ya en 1864, el 12,9 % de la
población activa masculina y el 6,4 % de la femenina se ocupaba en tejer
sombrero; dato que contradice a lo publicado por OCEPA en un folleto sobre la
historia de esta industria, demostrando que Sígsig no se he iniciado recién en
ella. (Segarra, 2003:228)
La producción y exportación del sombrero de paja toquilla tuvo peso
significativo hasta la segunda mitad del siglo XX, producto de la crisis que
originó la segunda guerra mundial cayó la economía, lo que provocó una ola
migratoria temporal o definitiva a la Costa especialmente El Oro y Guayas; y al
Oriente por lo general Gualaquiza, Chigüinda y Zamora, incorporándose como
trabajadores agrícolas en la Costa y como mineros en el Oriente. Posteriormente
las siguientes décadas estarán marcados por los cambios de la reforma agraria y
la apertura de nuevas rutas migratorias al Oriente impulsadas por los planes de
colonización que generaron los gobiernos y sobre todo por las migraciones fuera
del Ecuador particularmente hacia los Estados Unidos constituyéndose esta en el
soporte económico.
Las mujeres al quedarse en el hogar tuvieron que asumir
la ardua responsabilidad de velar por el hogar; por lo general eran ellas
quienes tejían cuando los quehaceres domésticos, o las faenas agrícolas dejaban
las manos libres, permitiendo de esta manera la subsistencia de la economía
familiar y local.
Hoy en día los espacios conquistados por las mujeres
lentamente se van fortaleciendo dentro de las organizaciones, comunidades y
pueblos, sabemos que es un trabajo de hormigas pero con voluntad y
tenacidad de mujer; ejemplo de esto, en el año 2009 un grupo de mujeres que
conforman la Asociación de Toquilleras María Auxiliadora confeccionaron el sombrero
más grande del mundo, en el cual se emplearon 64 ochos de paja, lo que equivale
a 2688 tallos, sumando un total de 255.360 hebras de paja que conforman el
sombrero. Mide 3 metros de plantilla con una copa de 2 metros de largo, un ala
de 2.5 metros a la redonda dando un diámetro de 9 metros, tejido a croché a
mano y está adornado con la bandera del cantón Sígsig. La confección de este
preciado sombrero duró tres meses.
Para muchos de nosotros, el rol que jugó la mujer en el
progreso del cantón ha pasado desapercibido por no ocupar o ser figuras
políticas, fueron ellas quienes trabajaron el campo, en la casa y sobre todo en
la elaboración de los preciados sombreros que erróneamente se les conoce como
Panamá hats.
El tejido de paja Toquilla al estar íntimamente
relacionado con lo estipulado por la UNESCO, y sobre todo al ser un referente
cultural de los ecuatorianos; la UNESCO, en sesión del Comité de Patrimonio
Cultural Inmaterial del 5 de diciembre de 2012, declaró al Tejido tradicional
del sombrero ecuatoriano de la paja toquilla como Patrimonio de la Humanidad.
Como sigseños y ecuatorianos, nos sentimos orgullosos de esta declaratoria.
Finalmente la declaratoria del tejido de paja toquilla como patrimonio de
la humanidad, es motivo de orgullo pero al mismo tiempo nos obliga a
reflexionar sobre un sistema social y económico inequitativo que con frecuencia
se sustenta en la explotación del trabajo femenino y masculino.
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